El suicidio entre los jóvenes

El suicidio entre los jóvenes

Según la Organización Mundial de la salud (OMS), cada año fallecen 1,2 millones de adolescentes de entre 10 y 19 años en el mundo por causas evitables. De esta forma, el suicidio y las autoagresiones son la tercera causa de mortalidad de los adolescentes en 2015, sobre todo entre los de mayor de edad. Aunque la OMS no ofrece datos por regiones, describe que el suicidio es la primera causa de muerte entre los jóvenes en Europa. Por esa razón OMS y sus asociados recomiendan acciones urgentes para mejorar la salud de los adolescentes y poder prevenir muchas muertes evitables.

 

El suicidio es la  primera causa de muerte externa, es decir por causas no naturales, en la población general. En la población infanto-juvenil  años es la segunda causa de muerte general por detrás de los tumores. Cada año entre 3.600 y 3.700 personas se suicidan en España: esto supone 10 muertes al día;  2,5 cada hora. Además son muchas más las que lo intentan, algunos expertos hablan del doble. Las muertes por suicidio duplican a las que producen los accidentes de tráfico y son 80 veces superiores a las que causa la violencia machista“. El número de suicidios duplica al de los muertos por accidente de tráfico”, una cosa es evidente: mientras que se trabaja para prevenir las muertes en carretera y estas van disminuyendo (en general, aunque hay años que constituyen excepciones), no debemos estar actuando adecuadamente en relación con los suicidios, ya que estos no paran de aumentar

Se discuten las causas que pueden desembocar en este tipo de actos, señalándose la presencia de trastornos psicológicos, variables concretas de personalidad, la alta carga de estrés emocional y, especialmente, el bullying, ciberbullying o alguna forma de acoso o intimidación, de tipo verbal, físico o a través de las nuevas tecnologías de la comunicación. Esa generación tiene muy fácil acceso a las redes sociales, a la vida de los demás y el hecho de esconderse la identidad detrás de una pantalla.

Además estamos al frente a una población más vulnerable y con menos recursos psicológicos y herramientas de afrontamiento ante situaciones traumáticas. En cualquier caso, el suicidio, es escape extremo de una situación vital angustiosa, es producto  de múltiples factores, no sólo de la historia de cada individuo (historial familiar de suicidio, de abuso físico o social, tentativas previas de suicidio, trastornos emocionales, tentativas de suicidio, los acontecimientos estresantes como las rupturas, la pérdida de seres queridos, los conflictos con allegados y amigos, los problemas legales, financieros o relacionados con el trabajo, así como los acontecimientos que conducen al estigma, a la humillación o a la vergüenza…) Pero también de factores sociológicos, no deberíamos subestimar la presión  que se ejerce en la persona, los cánones impuestos de belleza, la falta de valores vitales ,la situación de crisis que atraviesa el país, que ofrece a los jóvenes escasas perspectivas en el mundo laboral, las familias desestructuradas por razones económicas, contratos, abuso de sustancias y la falta de motivación e intereses.

Las personas que llegan a suicidarse en realidad no quieren morir, quieren dejar de sufrir. Cuando estaba en la universidad uno de mis profesores hizo la pregunta: “¿El suicida es una persona fuerte o débil?” Algunos opinaban que solo una persona débil puede tomar una decisión así y abandonar la vida, y según otros son fuertes porque es muy difícil tomar una decisión tan radical. En realidad antes de llegar a este extremo, las personas pasan un periodo de lucha interna y quizá externa lo que les agota hasta el punto de que se reproduzca en su mente una especie de un  “cortocircuito” donde fracasa el instinto de supervivencia. Personas que deciden quitarse la vida no tienen por qué tener ningún trastorno mental.

 

Se ha intentado hacer un perfil psicológico del suicida y uno de los puntos de mira es el nivel cognitivo e intelectual. ¿Qué pasa con los más inteligentes? Existe una gran cantidad de literatura que relaciona el suicidio con altos coeficientes intelectuales.

Sigmund Freud hizo a un grupo de niños y niñas entre los que estaba incluida su hija Anna Freud con un coeficiente intelectual superior a 130. Con el tiempo concluyó que casi un 60% de aquellos niños acabó desarrollando un trastorno de depresión mayor.

El psicólogo Lewis Terman,  inició un experimento en los años sesenta con niños y niñas a los que llamaron los “termitas” y tenían  elevada capacidad intelectual. A finales de los noventa, aquellos termitas afirmaron que tener una inteligencia elevada está relacionada con una menor satisfacción vital. A pesar de que muchos ocuparon una posición relevante en la sociedad, una buena parte intentó suicidarse en más de una ocasión o cayó en conductas adictivas como el alcoholismo. Otro aspecto significativo que declaró este grupo de personas y que puede verse también en quienes presentan unas elevadas capacidades intelectuales es que son muy sensibles ante los problemas del mundo.

Hay muchísimas preguntas, incógnitas y lo que está claro es que no tenemos estrategias claras de cómo prevenir y afrontar. Es indiscutible que los factores son múltiples y son una mescla de factores genéticos y ambientales. Los investigadores y profesionales ya empezaron a señalar como a medida importante  la educación emocional.

Desgraciadamente la mayoría de los jóvenes pasan unos 15 años en centros educativos, si llegan a terminar con sus estudios claramente y salen con un montón de información que más les servirá en la vida, salen desmotivados, machacados  y para nada los objetivos de su formación como personas se han cumplido. No son flexibles, no saben afrontar las diversidades, se desaniman fácilmente, no son creativos, no saben buscar alternativas. Sus mentes se han vuelto rígidas y desgraciadamente les lleva a un drama continuo. Son fáciles de manipular  y aprendieron a manipular. No tienen una autoimagen clara sobre si mismos porque no se les permite ser auténticos. Les enseñaron ser competitivos, a tener un carácter impulsivo y no saber controlarlo. No saben describir lo que sienten ni como liberarse de las sensaciones desagradables manejo en la solución de problemas, la habilidad para las relaciones sociales, la flexibilidad cognitiva. No saben dialogar ni tolerar ni respetar. Las palabras estrés y ansiedad son cada vez más utilizadas.

La generación que estamos educando vive en un mundo muy diferente al que nos criaron a nosotros. Constantemente nos equivocamos empujándoles que usen herramientas oxidadas las que nos dieron a nosotros y quizá tampoco nos sirvieron de nada. Lo que tenemos que educar en ellos es la capacidad de adaptarse, de crear, de ser más flexibles. El mundo va avanzando a pasos gigantescos y a veces cuesta seguir el ritmo. Muchas veces detrás de agresividad y violencia se esconden simplemente la falta de rumbo, motivación y habilidades.

 

Cada persona en cualquier circunstancia (enfermedad mortal, ruptura sentimental, muerte de un ser querido, paro prolongado, etc.) siempre puede ser capaz de sobrevivir, pero debe encontrar el sentido a esa adversidad.

El bienestar psicológico debería ser una de las metas importantes de la educación, la sanidad y la política. El bienestar tiene una dimensión personal y otra social y no habremos logrado una integración plena del individuo hasta que no se consigue la  interacción entre ambas. El camino hacia la individualidad, sin olvidarnos que formamos parte de una red, empieza desde la educación emocional.