¿ Por qué queremos ser padres?

¿ Por qué queremos ser padres?

La educación es una cadena, recibimos y damos. Muchas veces juzgamos lo recibido pero no nos esforzamos en cuidar lo que damos y nos escondemos detrás de afirmaciones como “yo soy así" y "es lo que hay”. Repetimos frases y creencias que quizá en algún momento de nuestras vidas odiábamos. “Solo quiero lo mejor para ti”, “Mientras vives bajo mi techo, será lo que yo diga”, “Lo he sacrificado todo por ti”.

La educación que damos empieza por uno mismo. Damos solamente lo que tenemos. Es curioso que los padres nos señalamos como ejemplo a seguir cuando constantemente afirmamos que nos gustaría tener otra vida, que no somos felices y que si podríamos volver atrás, haríamos las cosas de otra manera. A la pregunta, si nos gustaría que  nuestros hijos tengan exactamente la misma vida que nosotros, la mayoría contestamos con un rotundo “no”. Quizá es mejor no tomarnos como ejemplo y aprender a trabajar en nosotros a través de nuestros hijos. Solamente de esta manera podríamos ser honestos en la hora de reconocer nuestras debilidades y trabajarlas de la misma manera que lo exigimos de ellos. Simplemente hagamos que se sientan  especiales y suficientemente inteligentes para lograr lo que se propongan. Este es el momento que empezará el proceso del verdadero aprendizaje, nosotros a través de ellos  y ellos a través de nosotros.

¿Por qué tenemos hijos?

Los hijos no son el relleno de un vacío existencial, ni colegas, ni mascotas, ni nuestros futuros enfermeros. Son seres libres que vienen a través de nosotros para crear su propia existencia y lugar en esta vida. Son parte de una cadena familiar, aportando y equilibrando o transmitiendo circunstancias y sucesos dolorosos que se repiten como una maldición con el fin de que sean resueltos. En realidad ¿somos conscientes del instante en el cual tomamos la decisión de ser padres y de nuestros verdaderos motivos?

La educación no es domar al hijo y hacer que encaje en la realidad o por lo menos como la vemos nosotros, ni someterlo a nuestros miedos y expectativas. Todos nacemos curiosos, creativos y llenos de proyectos. ¿En qué momentos dejamos de creer en nosotros mismos y nos llenamos de vacíos y miedos? ¿Es este el propósito de la educación?

Los dos principales sentimientos en los que se basa toda nuestra vida son el amor y el miedo. El amor es fuerza, es libertad, es seguridad y confianza, se contagia. El amor cura, es la  ansiedad de aprender, de descubrir, de crecer. El amor une, perdona, entiende, empatiza. El amor es paz, fe y seguridad. El amor es  el equilibrio. Todo lo contrario es el miedo. Tiene una parte positiva, la que nos prepara y protege, pero cuando se trata de miedos reales y consientes, los  que entendemos, aceptamos y controlamos. La cara oscura del miedo es la que queremos esconder, la que nos da vergüenza, la que nos encierra, bloquea y constantemente nos aleja de la plenitud y de la felicidad.

El miedo es falta de confianza, ausencia de amor, sensación de frió y abandono. El miedo es falta de libertad, inseguridad, nos hace celosos, rencorosos, envidiosos y negativos. La diferencia entre los dos sentimientos es que el amor es constructivo y el miedo es destructivo. En el amor y en el miedo también se basan todas las relaciones con los demás y con nosotros mismos. ¿En cuál de estos dos sentimientos está basada tu vida?

El miedo del abandono y el rechazo posiblemente son los más fuertes en la vida del ser humano. Cada niño necesita oír que es lo mejor en la vida de sus padres. Que han deseado tenerlo a él mismo y a ninguno otro. Necesita no simplemente saber sino continuamente oír que sus padres se sienten orgullosos de él y recibir  su amor y afecto. Muchas veces los padres pensamos  que ellos lo saben, pero se lo tenemos que repetir y demostrar cada día, a través de nuestras palabras y actos. Esa es la fórmula de criar niños felices y exitosos. Si el niño llega a sentirse rechazado y a creer que no es nada especial,  vivirá pensando en que tiene que hacer para llegar a  merecer el amor que tanto desea sentir. Así nacen los mecanismos psicológicos de defensa y las máscaras que convertirán a nuestros hijos en agresivos, sumisos, manipuladores, mentirosos, llorones etc., desviándolos de su verdadero ser y apagando su potencial. Desgraciadamente sin darnos cuenta, estas primeras conclusiones, decisiones y mecanismos serán los cimientos de su personalidad, creencias y futuro.

La ansiedad y la culpa son gemelos. La culpabilidad es la sensación de que hagas lo que hagas no es lo correcto; es miedo al rechazo, a las críticas, la sensación de abandono y soledad; la sensación de alivio cuando nos perdonan y aceptan, las ganas de hacer lo que sea con el fin de sentirnos aprobados y valorados. La ansiedad y el miedo encojen a las personas. Provocan temblores, sudores, cólicos. El hombre se siente observado, juzgado y no se puede permitir parar y descansar, porque siempre se tiene que estar preparado para “algo”.

Nosotros deseamos niños tranquilos, obedientes, silenciosos, cuidadosos, responsables, pero si nos damos cuenta, no serían normales. El niño sano corre, destroza, pregunta, ensucia, dice todo lo que se le pasa por la cabeza. Aquí vienen dos grandes preguntas, la primera es: Educando, ¿cuál es nuestro propósito ?(Que sean buenas personas no vale como respuesta). La segunda pregunta es, “¿Somos conscientes que con lo bueno y malo que vemos en ellos son nuestro reflejo?”. No le podemos decir gritando que no griten. O humillándoles exigirles que nos respeten. A veces sufrimos porque no nos hacen caso y parece que no nos escuchan. En realidad debemos preocuparnos por todo lo que observan, copiaran e imitan porque es lo que aplicaran en sus vidas. Quizá tras un comportamiento que consideramos poco apropiado, descubriremos el ejemplo que damos.

Educando ofrecemos lo que somos. Transmitimos nuestros miedos, creencias, limitaciones, obsesiones, ideales etc... En vez de etiquetarles y limitarles, mejor enseñémosle a conocerse y a expresarse atreves de las palabras y los sentimientos. Desgraciadamente nos encargamos a enseñarles lo que deben temer y lo que no deben hacer, que  brindarles herramientas y soluciones útiles. Enseñémosle a hacer la diferencia entre un mal intento y un fracaso y como superarlo. En vez de mandarles a callar, aprendamos a escucharles porque tienen mucho que contar y preguntar. 

La frase “promete me que te vas a portar bien” no tiene ningún sentido. La mayoría de las veces lo que a un niño le parece bien-ser el mismo, explorar, descubrir, …para nosotros los adultos es algo temerario. Por lo tanto, en vez de señalarles lo que NO deben hacer enseñémosle  con ejemplo a pensar, a crear, a tener valores y a no rendirse jamás hasta conseguir sus metas.

Nos da mucho miedo a que sufran, que tropiecen y que caigan. El verdadero aprendizaje esta en enseñarles mantener el equilibrio, en sostenerse de pie y en saber levantarse sin perder la motivación y el coraje de volver a intentarlo con más conocimiento y experiencia.

Si pudiésemos observarnos desde fuera, comprobaríamos que la forma de educar que tenemos a veces se parece a un disco rayado.  Repetimos lo mismo una y otra vez, ignorando la existencia de más tonos y melodías. Una mente abierta es consciente que existen muchísimas técnicas y herramientas que desconoce y no teme buscar ayuda en momentos de bloqueo.

La educación es un camino de aprendizaje, de altibajos y de cambios, es trabajo en equipo, de lograr remar en la misma dirección, sin sacar a nadie de su propio camino e interferir en su proceso. El verdadero desafío está en fijar los objetivos correctos y aprender a disfrutar del viaje y sus experiencias.