
¿Los padres de hoy nos sentimos líderes?
Ser padre hoy en día es una tarea difícil. Creo que somos la
generación más confundida y perdida en el tema de los derechos que tenemos y a
las obligaciones que corresponden a nuestros hijos. Vivimos en los tiempos de supuesta libertad de expresión pero a la vez cada palabra se cuestiona. Se proclama la idea
de la autenticad pero todo lo que es diferente de lo “normal” (según el
criterio personal de cada uno) es duramente juzgado y criticado. Educando nos
perdemos en la línea delgada ente los cachetes y los golpes, entre la
disciplina y el maltrato.
Leo muchos artículos y comentarios sobre el daño que producen los castigos y me pregunto si sus autores son padres y si el objetivo real de la educación es preparar a nuestros hijos para vivir en la sociedad o hacemos lo posible para que no se aburran, que no sufran, que no se enfaden, que no se esfuercen y claramente que no piensen. Dicho con otros palabras, la educación emocional consiste en dotar a los niños de herramientas para que afronten y superen a los obstáculos y no para que los eviten. Para lograrlo debemos centrarnos en construir una persona resiliente, responsable y segura.
La palabra autoestima está compuesta por "auto" -uno mismo y "estima"- amor. Para sentir amor por nosotros mismos nos tenemos que gustar y estar contentos y satisfechos con nuestra forma de ser. La autoestima se forma a base del propio esfuerzo y logro por lo tanto, el trabajo de cada padre es estimular y desafiar a su hijo para que aprenda a conseguir sus objetivos por si mismo. En este contexto, los adultos debemos saber diferenciar entre los derechos del niño y los privilegios. Tienen derecho a vivir, jugar, participar en los actividades familiares, estudiar, a opinar, a estar protegidos y bien cuidados etc. Los privilegios son consecuencia de los retos ganados.
Está claro que la nota alta no es un criterio suficiente
para definirnos como personas y menos para valorar el grado de éxito o
felicidad que tendremos. Pero eso no quita la importancia que tiene todo el
proceso de aprendizaje, la persistencia, la concentración, la capacidad de
memorizar y reflexión, el desarrollo del pensamiento crítico etc.
Para las generaciones anteriores la familia era lo más sagrado y mantenerla
unida era fundamental. Hoy en día estos valores se están perdiendo y la familia como núcleo se está rompiendo. Se habla de
independencia e individualidad pero los jóvenes en su gran mayoría son
inseguros y dependientes, los roles que
corresponden a cada miembro a veces no están bien definidos ni se rema en la misma dirección.
Padres y profesores
nos tiramos la pelota sobre la responsabilidad y nos cuesta reconocer lo
perdidos que estamos y el resultado es evidente, estamos creando una generación
que para nada está preparada para el mundo que la espera. Y mientras que todas
las instituciones aplican medidas cada
vez más duras en caso de que nos salgamos de las normas a los padres se nos
“aconseja“ que seamos comprensivos y liberales.
Vivimos con muchísimos miedos, de la vida, de las
relaciones, de nuestros hijos. Tememos a perderles, a que no se enfaden, de sus
berrinches que no sabemos cómo afrontar, a que no se vayan de casa, que nos
levanten la mano. Nos cuesta reconocer los problemas y buscar ayuda. A veces sentimos vergüenza y culpa por no tener las soluciones o la fuerza para seguir. Por esa razón, tampoco somos capaces de poner límites, coger el mando de nuestra
casa y sentirnos y actuar como líderes.
El problema principal no está en el castigo en si sino en cómo se aplica. Tiene su utilidad siempre y cuando sea razonable y se aplica de la manera correcta. Debe tener un objetivo claro, que este adaptado a la edad del niño y siempre se debe cumplir. Es un tiempo de reflexión sobre lo que nos lleva a la situación determinada, por lo tanto es una consecuencia de las decisiones tomadas. Debemos explicarle a nuestro hijo que para nosotros el castigo no es abuso de poder ni forma de humillarle. También que pretendemos darle tiempo para calmarse y reflexionar. Tampoco se trata de que nos pida perdón o que nos diga lo que cree que queremos oír. Debemos de asegurarnos como padres o educadores que el mensaje que transmitimos se entendió de forma correcta. El objetivo del castigo debe centrarse en desarrollar la responsabilidad, porque no nos interesa que aprendan a hacer o no las cosas pensando en que no nos enteremos. Es importante despertar la consciencia enseñándoles la diferencia entre el bien y el mal, lo correcto e incorrecto para que se sientan tranquilos u orgullosos con las decisiones que toman.
Un hijo es un proyecto, es un trabajo serio y el objetivo va
mucho más allá de la generalización “quiero que sea buena persona”. Tenemos que
proponernos metas concretas para saber
que estrategias necesitamos. Queremos que sea constante, responsable, que cumpla con
su palabra, que sea resiliente etc. Claramente para poder transmitir algo la
única manera es tenerlo. Si tenemos miedo, transmitimos miedo y si estamos
descolocados como padres, perdemos la autoridad.
El objetivo de un buen líder es crear equipo sano y
motivado. Debe ser justo, equilibrado, disciplinado y conseguir el respeto y la
confianza de su equipo. Es importante que sea paciente y que sepa dialogar, lo que
no significa que no tiene derecho a equivocarse o enfadarse. Un líder
representa a su equipo por lo tanto, mientas que la responsabilidad recae sobre él,
tiene el derecho de poner orden y limites, si es necesario.